La profesora Fainstein, autora de Detrás de los ojos , comparte para nuestra página esta reseña sobre el libro Hijos de los 70 de Astrid Pikielny y Carolina Arenes.
Otra condición necesaria (y tampoco suficiente) para poder llevar a cabo
todo tipo de barbarie es hacerse (o casi
diría ser poseído) con una ideología
consistente, es decir un sistema de pensamiento que fundado en una concepción
mesiánica de la vida social y comunitaria con la que se cree posible ejecutar una
salvación colectiva, y así conseguir que
cualquier acción por aborrecible que pueda parecer, se convierta en una acción
moralmente justificada si se realiza de acuerdo al fin supremo de esa
salvación.
Reseña de
Hijos de los 70
Hijos de los 70
Despues de Arendt, pero también después de Levy, de Antelme, de
Améry, de Simon Weil,de Agamben y de
muchos otros sabemos que la condición necesaria (aunque no suficiente) para que
los humanos podamos matarnos, torturarnos, maltratarnos hasta límites insoportables
y a veces inimaginables es dar previamente un paso: el de despojar a ese “otro”
de toda dignidad humana, convertirlo precisamente en eso, en un “otro”, otro
que no sea como “nosotros”, como “yo” o como “tu” sino que sea otra cosa
distinta, y sobre todo que sea mas que nada “cosa” y pierda la categoría de
“persona” con la que todos nos identificamos a nosotros mismos y por extensión
a nuestra tribu.

Entonces y sólo entonces, como ha escrito Arendt, “todo será posible” y
“todo será necesario”.
Todo esto ocurrió en la Argentina de los años 70, pero no sólo allí.
¿De esto trata este libro? ¿En el tratamiento de estas cuestiones
reside su interés?
Sí…..y no.
Porque todo esto ya lo sabíamos, ya nos hemos asomado muchas veces en
estos años al relato del horror, ya hemos pasado por allí.
Ya hemos pasado por unas cuantas etapas: la del desconocimiento, la del
descubrimiento, la del olvido, la de la indignación, la de la perplejidad, la
del juicio, la de la culpa…..
Pero resulta que este libro protagonizado ya no por la generación de la
barbarie sino por la de sus hijos nos abre a una etapa nueva, casi no
transitada, casi temida, casi inexplorada: la etapa de la sanación, la etapa de
la cura de unas heridas difíciles de cerrar.
Porque aquella generación que vivió la violencia de los 70, incluso sus
protagonistas mas activos en las dinámicas de matar y morir, mientras vivían
aquellas tragedias resulta que traían hijos al mundo, incluso muchos hijos en
algunos casos.
Y esos hijos hoy han crecido, muchos de ellos haciéndose adultos sin
padres ni madres, otros con padres y madres que les resultan unos extraños,
personajes casi tan ficticios como los de una película de aventuras…….y que sin
embargo son sus padres, con toda la carga de amor, de dolor y de herencia genética que una relación filial
conlleva.
Estos “chicos” que ya no lo son tanto pues mas de 40 años han pasado en
muchos casos de las historias protagonizadas por sus padres, han tenido que
realizar una tarea tremendamente dura, casi prometeica de supervivencia. Han
tenido que hacerse a si mismos, que parirse a si mismos de alguna forma,
navegando en el mar bravío entre las olas de la lealtad amorosa hacia sus
progenitores a quienes no pueden dejar de reconocerles el acto de amor de
haberles traído a este mundo, de haberles cobijado aunque sea por muy poco
tiempo a veces, y las olas que su propia vida les ha ido poniendo a cada paso y
con las que se las han tenido que ver para seguir su viaje, su propio viaje.
Audaces, inteligentes, creativos, sufridos, vitales……todo eso y mucho
mas son estos chicos. Todos distintos, cada uno “de su padre y de su madre” en
muchos sentidos, no sólo el literal. Cada uno con su trozo de memoria de ese
gran rompecabezas epocal que quizás aun no hemos sabido terminar de armar.
Ellos nos traen piezas que muchos de nosotros habíamos perdido de vista. Nos
traen precisamente el rostro de ese “otro” que quizás no fuimos capaces de ver
imbuidos como estábamos dentro de nuestras anteojeras, de nuestras propias
ideologías, de nuestros propios prejuicios y justificaciones, desde nuestra
ingenua creencia en una memoria única simple y definitiva.
Estos chicos junto con las autoras que tan delicada y respetuosamente
les han escuchado y les han dado voz, desde ese trabajo de reconstrucción de si
mismos interpelan a la generación que los precedió, nos interpelan a nosotros,
sus mayores, no sólo a sus padres biológicos sino a toda una generación. Porque
no me cabe la menor duda de que aquí estamos todos: aunque no estén todos los
hijos con nombres y apellidos, aunque muchos no hayan querido o no hayan podido
estar en las letras de este libro, sin embargo de alguna manera todos estamos
convocados aquí, en estas paginas, en este difícil pero necesario encuentro.
Este libro va con todos nosotros, porque sus historias exceden los
casos concretos para proyectarse en una autentica pintura de época, es más… de
toda época, porque aunque no todos llegamos a ser padres sin embargo todos
somos hijos, todos tenemos que situarnos frente a nuestros padres en algún
momento de la vida, todos pasamos inevitablemente por ese trance para ser lo
que somos, para poder hacernos con nuestras vidas recibiendo lo que nuestros
padres nos han dado y al mismo tiempo construyéndonos nosotros mismos.
Como le gusta decir otro hijo de los 70 que no aparece aquí pero con
quien tengo el gusto de hablar frecuentemente: “hemos aprendido a ver el mundo
parados sobre los hombros de nuestros padres, por eso podemos ver mas lejos”.
Para muestra basta un botón, quizás uno de los testimonios mas
inquietantes es el de Delia Lozano hija de Domingo Lozano gerente de
Ika-Renault asesinado a la salida de una iglesia en Cordoba delante de su
familia por militantes de una
organización armada una de las cuales Delia reconoce muchos años después cuando
la ve aparecer en la TV dando testimonio como victima de La Perla.
“A veces fantasea con un encuentro improbable. Cree que le gustaría
tener una conversación con esa mujer. Quizas imagina que tanto tiempo después y
ya con mas de 50 años, con una vida bien vivida pese a todo y madre de dos
hijas tendría templanza para mirarla a los ojos sin odio. Aun tiene una enorme
necesidad de entender como fue que aquella muchacha pudo matar sin
remordimientos. ¿o tuvo remordimientos?. No quiere silenciar su testimonio de
victima, pero le exige que pueda hablar del dolor que ella también genero.
Delia no entiende las razones de la razón revolucionaria, la eliminación de
objetivos políticos, la muerte como entrega y sacrificio para una prometida
felicidad social. Ella lo analiza de un modo que podría decirse preideologico:
“Quien le hizo la cabeza para que a los 20 años estuviera dispuesta a algo
asi?”. “Matar a mi padre ¿no le dolio, no sintió nada al matar a un hombre?”. Eso
le gustaría preguntarle. Incluso aunque no se arrepienta, le alcanza con que no
lo niegue mas.”
El libro esta ahí, un trabajo serio, inteligente, libre, profundo, imprescindible
y generoso.
Ellos, protagonistas y autoras han hecho su tarea magistralmente ahora
nos toca a nosotros la nuestra. Hay que decidirse, o nos dejamos interpelar
arriesgándonos a un inquietante cambio de perspectiva o nos quedamos inmóviles
en nuestras antiguas y tranquilizadores certezas, en nuestro pequeño mundo de
buenos y malos en donde por supuesto nosotros estaremos siempre del lado de los
buenos y los otros serán eso: otros. ¡Que fácil es hacerse cargo del daño
recibido y que difícil hacerlo del daño causado!
Mi invitación es por supuesto a escuchar estas voces, dejarse llevar por su fuerza
vital, sus ganas de vida, sus deseos y su creatividad que supo florecer……a
pesar y después de tanta muerte, después de tanta destrucción. Les debemos a
ellos y a nosotros mismos esa escucha.
----------------------------------
Graciela Fainstein
Madrid, Mayo de 2016
Nota: Una versión más corta de esta misma reseña se publicó en el Clarín, de Argentina: